Se llamaba Luis de Góngora y Argote. Fue poeta y dramaturgo, nacido el 11 de julio de 1561 en Córdoba y fallecido en su ciudad natal el 23 de mayo de 1627, víctima de un derrame cerebral. Máximo representante del Culteranismo Barroco en la poesía española, fue uno de los poetas más influyentes en la evolución estética de su tiempo. Su renovación de la poética, inspirada en la jerga léxico del lenguaje y sintáctica del clásico latino, marcó una pauta en la lírica española que ha sobrevivido hasta nuestros días.
Era hijo de Francisco de Argote, juez de residencia en Madrid y bienes confiscados por la Inquisición en Córdoba, y Leonor de Góngora, parece que estudió con los jesuitas.
Fue ordenado sacerdote cuando su tío materno, el Racionero Catedralicio de Córdoba, le dio algunos privilegios, pero la falta de vocación religiosa de poeta fue evidente a lo largo de su vida y quedó demostrada en su pasión por la mujer y, sobre todo, por el juego,
El juego, fue la causa de su ruina final y de innumerables bromas durante sus años en Madrid. La supuesta ascendencia judía de la familia también fue motivo de burla, especialmente para Quevedo, quien identificó su nariz con la comúnmente alegada a los judíos y llamó a su novela poesía de «judaizante».
Estudió Cánones en Salamanca entre 1576 y 1580, pero no se graduó. Es precisamente el año de sus primeros poemas 1580 y cinco años después recibió el elogio de Cervantes en El Canto de Calíope.
En 1617, ya famoso como poeta, se instaló en Madrid y se ordenó sacerdote (hasta entonces sólo había sido ordenado de menores). Fue nombrado Capellán del Rey con el apoyo del Duque de Lerma. La vida de la Corte está endeudada aún más, por lo que la caída de Lerma se verá obligada a buscar la sombra de los olivos. Son años difíciles: el duque lo entretiene con promesas que nunca se materializan, amenaza con ejecuciones hipotecarias, alguien (posiblemente Quevedo), compra su casa y lo obliga a desalojarla. Enfermo y sin recursos, intenta publicar sus poemas, dispersos hasta la fecha, pero fracasa. La mejoría de la enfermedad le permite regresar a Córdoba en 1626, para morir allí al año siguiente.
Salvo dos obras que no triunfaron, aunque no carentes de méritos (Las solideces de Isabela, 1610, y El Doctor Carlino, 1613) la obra de Góngora se adhiere al verso, aunque tocando en la mayoría de los géneros de su tiempo, con la excepción del poema épico stricto sensu.
Estilísticamente, la poesía de Góngora se caracteriza por la hinchazón formal, por el uso de recursos amplificadores que se detiene en la descripción y explicación del contenido más que en avanzarlo. Junto a ella, el gusto por el hipérbaton latino dificulta la comprensión del contenido, lo que llevó a la crítica a describirlo como extranjero, frente a la poesía española que la poesía de Garcilaso, se había convertido en «poetas claros» que rodeaban a Lope. Sin embargo, el estilo gongorino no fue, ni mucho menos, poesía extranjera, sino la modalidad de poética de la escuela sevillana y del grupo antequerano-granadino que, desde el propio Fernando de Herrera y a través de la obra de Luis Carrillo y Sotomayor, Juan de Arguijo o Francisco de Rioja, alcanzará su apogeo en la obra de el cordobés. Además, el profundo conocimiento de las lenguas clásicas que tenía Góngora permite establecer estas audaces perífrasis e hipérbatos violentos que causaron tanta admiración como críticas.
En su momento, y con respecto al enfrentamiento entre los «culteranos» o seguidores de Góngora y los «conceptistas» o seguidores de Quevedo, cabe destacar tanto la soledad de Quevedo, incapaz de crear a su alrededor a ningún grupo, como el hecho de que Góngora fuera imitado por todos, incluidos aquellos que, como Lope, la criticaron. Y esto tanto por la poderosa atracción que su estilo trabajó en sus contemporáneos muy por delante en línea directa de la poesía del siglo XVI. De esta manera, poemas como La Filomena o Lope de la Andrómeda muestran un claro rastro de Góngora que el Fénix supo asimilar a su estilo. La influencia de Góngora reemplazará a los Garcilaso hasta el siglo XVIII, cuando, por compensación, Góngora se convertirá en la «bestia negra», de nuestros ilustrados, abogando por un estilo tan claro como los poetas del XVI, aunque nunca logran en su calidad.
Este anatema sobre la obra de Góngora perdería durante todo el siglo XIX y fue sancionado por la crítica que Menéndez y Pelayo realizó en sus últimas obras, crítica que acuñó la expresión «Príncipe de la luz y Príncipe de las tinieblas» con la que los humanistas como Cascales lo habían definido en el siglo XVII las dos etapas en la obra de el cordobés: antes y después de la soledad el Don Marcelino se identificaba con antes y después de perder la razón Góngora (no hay que olvidar que lo mismo criticó la difusión de especies que El Greco tenía una enfermedad cegadora que le hizo pintar figuras tan largas y estilizadas). De Rubén Darío cuando la obra de Góngora será apreciada en los círculos poéticos, aunque serán precisos, además, estudios de Alfonso Reyes, Miguel Artigas y, sobre todo, Dámaso Alonso, junto a su compañero de generación poética, que organizó el homenaje en 1927 al poeta en el 300 aniversario de su muerte y, más, rehabilitó su lenguaje poético a la poesía española del siglo XX.
Dentro de la obra del cordobés, ya se destaca la constancia de estos rasgos estilísticos apareciendo tanto en obras serias como en obras de burla, tanto en obras tempranas como en obras de madurez. Encontró, por otro lado, una intensificación de estos procedimientos estilísticos que llevó a aquellos que se consideraban excesos de Las Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea. Así, desde el inicio de su obra, encontramos los mismos recursos en poemas en el estilo «subterráneos», y tradicionales y de culto. De esta manera, más ajustes en dos etapas se intensifica la charla sobre el progresivo al dejar de lado al poeta.
En cuanto al género, Góngora influyó en la creación de la nueva balada, que trajo joyas como Atado al banco duro», Entre los caballos sueltos, En un albergue pastoral, «Sor hombrecito» fue fundamental o Ensillándome el culo moteado, de Mayor Antón Llorente» (parodia del romance: Ensilladme el caballo moteado el alcalde de los Vélez, Lope Vega.) Asimismo, cabe destacar el romance burlesco de 1618, titulado , Fábula de Píramo y Tisbe», que ya enumera los elementos estilísticos citados con la intensidad habitual de sus últimas obras. Junto a estas, están las Peñas «golpeando a la gente caliente y riéndome», «Aprende, flores, a mí», todavía presente en la tradición oral hispana o la sacra letrilla «Caída es le tiene un clavel» dedicada al nacimiento de Cristo. también compuestos con singular perfección sonetos como el dedicado al tema del carpe diem «Mientras tanto, para competir con tu pelo, el oro bruñido, el sol brilla en vano», o el Soneto a Córdoba, «¡Oh muro elevado, oh torres coronadas!», que también fue musicalizado en nuestro siglo, incluso al fervor gongorino del 27, de Manuel de Falla.
Muchas de ellas se transforman en dedicatorias ilustres que Góngora compuso versos apretados y ricos. Otras veces, sus sonetos arrastran una carga satírico-burlesca apuntando con ironía ácida a los defectos de los personajes principales de su tiempo «Mi Señor el conde fue a Nápoles, mi Señor el Duque fue a Francia: Príncipes, buen viaje, este día pena daré unos caracoles». En otras ocasiones, la censura burlesca se dirige contra su mayor enemigo en el campo poético, el Señor de la Torre de Juan Abad, Francisco de Quevedo y Villegas «Anacreonte español, hay a quién detienes»; «Verdadero poeta, en forma de peregrino cuánto devoto, llegó a romero».
También destaca su aula, eulogística y elegístas, sonetos en libre competencia, en lo que se refiere a su profundidad poética, con la devota a la materia amorosa y galante:
«...Un peregrino enfermo que del que te enamoraste donde habías acogido...»
«...Equivocado, enfermo, peregrino, en noche oscura, con pie incierto, confusión al pisar el desierto, voces en vano, pasos sin tino...».
«...Golpes repetidos, si no vecinos, me doran, mi escucha siempre puede despertar, y albergue pastoral mal cubierto de piedad encontrado, si no encontró manera...».
«...Salió el Sol y entre armiño oculto, la bella somnoliento, dulce con saña, se saltó al pasajero no bien sano...».
«...Pagará el alojamiento con la vida: más vale la pena errar en la montaña que me de suerte hasta que yo muera...».
Es autor también de poemas como Oda a la toma de Larache, en el que se comienza a observar la transición a la etapa final, que comienza, propiamente hablando, con el Panegírico al Duque de Lerma, obra en la que la Gala en el estilo gongorino hizo pesada falta de interés por el tema.
No así con la fábula de Polifemo y Galatea, que el estilo Góngora refleja la sensualidad de la historia de la ninfa y el Pastor y el contraste entre su belleza y la brutalidad de Polifemo, Monstruo también ama a la ninfa. Góngora estructura el poema en 63 octavas distribuidas como una casi viñeta en la que justo el sentido de una encabalga la siguiente. La belleza del poema (y la enorme dificultad del lenguaje poético gongorino), se puede ver en cualquiera de sus octavas.
Con respecto a la soledad, fue, sin duda, el proyecto más ambicioso del poeta: Góngora pretendía escribir cuatro poemas sobre un mismo tema, pero solo dejó dos antes de su muerte. Narra el poema el naufragio de un joven que, tras pasar la noche con unos cabreros, conoce a diferentes personas y acontecimientos (unos pocos pastores que van desde bodas, asistencia, algunos pescadores hasta matanzas, una cacería que contempla el regreso, etc.) siendo utilizado para que el poeta despliegue toda su riqueza estilística.
La obra de edición de Góngora terminada en 1633 Gonzalo de Hoces (todas las obras de Luis de Góngora en varios poemas), fue publicada en el mismo 1627 a cargo de Juan López de Vicuña (obras en verso del Homero español). Luego, Salcedo Coronel, José Pellicer y Cristóbal Salazar Mardones comentaron su verso a verso, como sucedió durante el siglo anterior con Garcilaso. El primer crítico de su estilo fue Juan de Jáuregui en su antídoto contra la pestilencia soledades poesía, escrita después de 1616, fecha en la que estos poemas comenzaron a correr manuscritos.
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